El ataúd comienza a temblar mientras se está enterrando, cuando el sacerdote lo abre, grita: ‘¡Dios, no!

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«Debemos abrirlo»

La sugerencia del sacerdote de abrir el ataúd golpeó a Sebastian con una fuerza aterradora. Se quedó allí, pálido y conmocionado, luchando con la torturante idea de enfrentarse a la realidad dentro del ataúd. La trágica muerte de su esposa en un accidente automovilístico la había dejado en un estado más allá del reconocimiento, una visión que temía contemplar.

Solo el pensamiento de mirar dentro del ataúd, donde yacía el amor de su vida en un estado alterado, enviaba escalofríos por la espalda de Sebastián. Su mente estaba inundada de recuerdos de ella, ahora ensombrecidos por la sombría realidad de su prematura partida.